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Venus y las Relaciones Amorosas

La mayoría de nosotros tenemos una necesidad básica que nos lleva a enamorarnos y establecer vínculos emocionales con otras personas. Muchas veces no somos conscientes de que este impulso, al mismo tiempo nos conduce hacia un camino de aprendizaje y crecimiento psicológico. Este proceso está reflejado por Venus en la carta natal. Cuando aparece alguien en nuestra vida que estimula el movimiento de esta energía, iniciamos un "viaje" complejo, profundo y lleno de oportunidades para el desarrollo interior y el auto-descubrimiento.

Cuando nos enamoramos, en un principio nos parece haber encontrado el paraíso en la tierra, pero muchas veces con el tiempo empiezan a surgir dificultades, que en algunas ocasiones desembocan en verdaderos dramas. La mayoría de las personas esperan que una relación amorosa sea una vía de seguridad y estabilidad emocional, pero esto implica la aparición de muchas emociones que requieren una vía de liberación y comprensión para que la relación pueda crecer y madurar. 
Esto está muy bien reflejado en el proceso evolutivo que se da en las casas astrológicas regidas por Libra, Escorpio y Sagitario de la carta natal; o sea las casas 7ª, 8ª y 9ª. 
La 7ª casa de Libra, muestra la primera fase de una relación. Esta se caracteriza por la comunicación, el entendimiento, la armonía y la belleza. Es la época en la que el vínculo amoroso pasa por sus momentos más creativos y felices. Se comparten muchas cosas en un encuentro de afinidades y puntos en común. Esta fase la denominamos enamoramiento, es muy importante experimentarla para tener el estímulo que necesitamos y poder enfrentar la segunda etapa del proceso.
Es la que está reflejada en la 8ª casa de Escorpio. Esta se caracteriza por la necesidad de contacto sexual y mayor implicación emocional. A partir de aquí empiezan a surgir muchas emociones que desde nuestra infancia quedaron bloqueadas. Estas nos conectan con antiguos e irracionales sentimientos posesivos y necesidad de control. Evidentemente, la intensidad y gravedad de estas emociones depende de la infancia que se ha tenido. Cuanto más desatención o malos tratos se han vivido, más fuertes e irracionales son las emociones conflictivas que van surgiendo a medida que la relación evoluciona.

Ante estos sentimientos, la gama de reacciones es muy variada y depende del carácter y la capacidad de autocontrol de cada uno. Hay personas que se asustan con lo que sienten y se cierran, poniendo un muro de frialdad y distancia para protegerse. Esto ocurre sobre todo entre los hombres. Otras, sin embargo, no pueden evitar mostrarse celosas, posesivas y exigentes porque necesitan controlar la cantidad de amor y dedicación que les dedica la pareja. Ambas posturas son arquetípicas y aunque se muestren reacciones totalmente distintas y opuestas, en el fondo está el mismo miedo; ser abandonado.

Otras personas, de manera compulsiva infligen a su pareja y a sus hijos el dolor proporcional al daño recibido en el pasado. Este comportamiento es el resultado de un niño interior que ha sido maltratado y que por fin se siente poderoso ante otros más débiles sobre los que puede descargar su intensa rabia. Evidentemente, esta es una dinámica profundamente inconsciente y requiere de un proceso terapeútico serio.
En todos los casos, desde el interior ha ido emergiendo un niño emocionalmente desatendido y herido que reclama lo que necesita con la fuerza, la intensidad y a veces también con la furia de un adulto. Hay personas que tienen reacciones muy descontroladas, dolorosas y obsesivas, por lo que van de relación en relación buscando a la persona adecuada que las comprenda y las salve del dolor y la soledad. Otras sin embargo, tienen tanto miedo a conectar con estos sentimientos, que huyen de las relaciones para evitar cualquier tipo de acercamiento o intimidad amorosa.

La mayoría de las veces, confundimos el miedo a la soledad y al abandono con el amor. Esto ocurre cuando las relaciones se establecen bajo acuerdos de compromiso y exclusividad. En dichas relaciones no hay margen para la libertad. Hay algo irracional en esta actitud y está tan normalizada que ni siquiera nos la replanteamos. La mayoría de las personas prefieren separarse para siempre de su pareja antes que aceptar el hecho de que esta pueda ser afectuosa y amorosa con otras personas. Quizás deberíamos detenernos para reflexionar sobre los sentimientos que equivocadamente llamamos amor, cuando en realidad son otra cosa.

Lo que llamamos infidelidad en el amor, en realidad son proyecciones que se llevan a cabo sobre personas en las que se depositan las necesidades de atención y dedicación que ya no se sienten satisfechas con la pareja. Esto pasa normalmente con uniones en las que la relación está acomodada y el proceso de auto-descubrimiento estancado. Cuando se dan estos episodios en una relación, lo habitual es que el niño interior del que se siente traicionado, emerja de su letargo y reaccione lleno de ira. Es en este momento cuando se tiene la oportunidad de enfrentar las antiguas heridas para poder crecer y madurar emocionalmente, dejando espacio para que cada uno viva su proceso y encare sus emociones en libertad y sin condiciones. La clave está en mirar hacia dentro y dejar de proyectar las culpas en el compañero.

Enfrentar las grietas y huecos de una relación es responsabilidad de los dos, noy hay culpables, solo dos seres emocionalmente inmaduros. Cuando aparece una tercera persona en la relación, ésta es un catalizador invocado por el inconsciente de ambos para dar una oportunidad de impulso a la relación. En algunas ocasiones también es una forma de ponerle fin, pues nuestra estructura psicológica todavía necesita estrategias subterráneas para desencadenar situaciones que somos incapaces de movilizar abiertamente.

Paradójicamente, cuando las crisis emocionales se encaran con libertad y desapego, los enamoramientos con terceros y los impulsos de infidelidad empiezan a desaparecer, pues ya no tienen sentido dentro del proceso evolutivo de la pareja. Esto ocurre cuando lo esencial se está enfrentando dentro del núcleo de la relación; la evolución desde el miedo a la libertad y al verdadero Amor, un Amor que no exige ni pone condiciones. Desde que los sentimientos se enfocan de esta manera, la relación empieza a ser transformadora y sanadora. Hasta ese momento, el camino se lleva a cabo a través de lentos empujones que protagoniza nuestro inconsciente.

Enfrentar las relaciones desde esta revolucionaria perspectiva supone mirar hacia dentro en busca de los verdaderos orígenes del dolor. Poco a poco, el proceso de auto-descubrimiento nos va impulsando al crecimiento y la aceptación de nuevos valores que nos abren a otra visión mucho más libre y abierta de la vida y las relaciones, .

Este es un salto evolutivo reflejado en la 9ª casa de Sagitario. La astrología aquí nos indica algo muy claro; no es posible comprender verdades abstractas y de amplio alcance sobre la vida y la evolución, si antes no hemos enfrentado y comprendido lo más íntimo y cercano, que somos nosotros y nuestras emociones. Dentro de este proceso, llega un momento en el que descubrimos que estas emociones, aunque en un principio parecen muy complejas, por hacernos conectar con el antiguo dolor, en realidad se resumen a la dinámica de un ego infantil y obstinadamente centrado en sí mismo que se cree con el pleno derecho de exigir exclusividad.

El dolor que sentimos es nuestro y tiene su sentido que esté ahí, porque enfrentándolo maduramos. No es responsable de él la pareja, ni los padres. Cada uno ha tenido su parte de implicación, pero ahora el dolor está dentro, nos pertenece y sólo nosotros podemos hacer algo para sanarlo. 


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